El emplazamiento de Casa Colibrí surgió de plantear un partido que permitiera obtener, para la mayor cantidad recintos interiores, vistas profundas y amplias hacia el exterior. Por ello, la casa desarrolla sus espacios interiores a lo largo de dos crujías paralelas resguardadas por igual número de jardines. A través de dichas galerías, la planta noble se separa en dos bandas programáticas que van tejiendo el espacio para los rituales domésticos de cara al jardín principal, articulándose a través de una amplia terraza.
Ahora bien, aun cuando en la planta alta —la porción más íntima de la casa— ambas crujías se combinan para ofrecer estancias generosas, persiste la sensación de que el espacio surge del diálogo entre ambos corredores. En este sentido, el uso de un esquema espacial tan claro da como resultado una secuencia espacial sobria y ordenada.
Además, la misma sencillez con que se ha resuelto el partido se ve reflejada en la elección —que se ha incorporado como parte del diseño de la casa— de un lenguaje arquitectónico de líneas depuradas que recuerda al vocabulario formal de los artistas minimales.
Dicha opción ha permitido resolver las fachadas de forma franca y elegante, empleando para ello diversas retículas geométricas que ayudan a contener el espacio interior, al tiempo que visten el volumen edificado. En el mismo sentido, se dispuso de una paleta de materiales refinados en tonos neutros que ayudan a enfatizar la esencial geometría ortogonal de la casa.
Por otra parte, es importante observar que la casa toma su nombre de una pequeña ave considerada, en algunas culturas, como un mensajero espiritual: el colibrí. En este sentido, se comisionó al reconocido artista visual, Adrián Guerrero, una pieza que hace alusión —de forma muy sutil— a este pequeño guardián del tiempo debido a que su figura evoca, en los habitantes de la casa, el recuerdo de un ser querido. Así, a través de la pieza del artista, y a través también de su nombre, esta casa rinde un delicado homenaje a la memoria.
Por otra parte, es importante observar que la casa toma su nombre de una pequeña ave considerada, en algunas culturas, como un mensajero espiritual: el colibrí. En este sentido, se comisionó al reconocido artista visual, Adrián Guerrero, una pieza que hace alusión —de forma muy sutil— a este pequeño guardián del tiempo debido a que su figura evoca, en los habitantes de la casa, el recuerdo de un ser querido. Así, a través de la pieza del artista, y a través también de su nombre, esta casa rinde un delicado homenaje a la memoria.
Por último, haciendo eco —a propósito del colibrí— de aquel verso que Pablo Neruda nos dejó en su ‘Canto general’, y que sirve de epígrafe al presente escrito, albergamos la esperanza de que la Casa Colibrí conserve siempre los recuerdos y el calor de hogar de la familia que la habita.